"Escribir sale del alma, los otros medios son aparatos, son máquinas"

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Gabriel García Márquez

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miércoles, 9 de abril de 2008

A mi abuelo / Columna

De medios y otros demonios

A mi abuelo

13 de abril de 1921- 7 de abril de 2008

J. Israel Martínez Macedo

Pocas son las cosas que en la vida nos hacen reflexionar. La muerte de un ser amado es una de ellas. La noche del lunes mi abuelo, Pedro Macedo Ortega, resolvió su último juicio, su último caso.
Nacido en el municipio de Sultepec, mi abuelo estudió hasta el tercer año de primaria, amante de la lectura y de la justicia social, comenzó a litigar defendiendo a los campesinos de la región para evitar que sus tierras terminaran en manos de ambiciosos terratenientes que sólo buscaban saciar su sed de más poder.
Así, se forjó una brillante trayectoria como abogado, siempre a la defensa de los campesinos sureños, ganó varios casos y se granjeó disgustos y rivalidades con litigantes de trayectoria universitaria a quienes no les importaba pasar por encima de quien fuera con tal de congraciarse con sus amos.
Con sólo el tres años de estudios de primaria, pero con varios más de experiencia, se ganó el respeto y admiración de colegas que, como él, procuraban que se hiciera justicia más allá de ganar o perder en los tribunales.
Llegó a ser juez, y su experiencia lo encumbraba a puestos de mayor nivel en la escala jerárquica de la jurisprudencia estatal, pero su compromiso estaba con la verdad, la justicia y la razón.
Oriundo de Sultepec, se sintió heredero por nacimiento de las glorias del “Ilustrador Nacional”, colaboró con varios periódicos llegando a convertirse en corresponsal de los periódicos Excelsior y Novedades.
Mantuvo un gran celo profesional con el periodismo -“respeta el oficio” me dijo cuando supo que empezaba a ser reportero-, por ello tuvo la convicción de crear un periódico regional llamado “La Voz del Campesinado”, desde donde hizo públicas las injusticias que este sector sufría en el sur del estado y logrando que las autoridades de la capital mexiquense conocieran los abusos de caciques y terratenientes.
Intentaron silenciar su voz, trataron de comprarlo con una casa. Quienes creyeron que lo habían conseguido, borraron muy pronto las sonrisas de su rostro cuando Pedro Macedo anunció que ahora se contaba con un inmueble para convertirlo en “La Casa del Campesino”, un lugar en el que el sector agrario del sur de la entidad pudiera estar varios días sin pagar un solo centavo de hospedaje y recibiendo asesoría legal, teniendo así mayores oportunidades para ganar sus casos.
Sus detractores aseguraron que el objetivo de mi abuelo era crear grupos de presión para buscar puestos de elección popular o dádivas del gobierno -como ahora hacen algunos pseudodefensores de izquierda o como hubieran querido hacer quienes lo acusaban-, pero no mi abuelo, siempre se mantuvo fiel a su filosofía: nada para él, todo para los demás.
Con el tiempo fue invitado a ser asesor Jurídico de la CNC y posteriormente de la Universidad Autónoma del Estado de México, aportando a la Máxima Casa de Estudios mayor transparencia al recomendar y trabajar para hacer públicos por primera vez los gastos de la institución.
Llegó a ser maestro de la Facultad de Derecho de la UAEM y preparó a decenas de abogados que aprendieron no sólo el arte del litigio en el juzgado, sino también la preocupación por heredar una mejor sociedad a las futuras generaciones.
Respetuoso de su oficio como abogado, rechazó en más de una ocasión ofrecimientos de varios ceros para dejarse ganar los casos; en una de tantas, un abogado soberbio herido por haber perdido un caso con quien sólo estudio hasta el tercer grado de primaria le acusó de litigar sin tener el título profesional y fue detenido. Defendió su caso con ayuda de varios amigos que no le abandonaron en el momento de dificultad, y silenció a sus atacantes terminando no sólo la preparatoria sino también la licenciatura en Derecho.
Pero su pasión por la defensa social a través del derecho y el periodismo no impidieron que desarrollara su vida personal. Conoció a mi abuela en Sultepec, Alicia Aguilar Morales, y con ella procreó y educó a Sabás, Pilar, Rafael, Teresa, Sofía, Dolores, Pedro, Juan, Leticia, Francisco, Alfonso y Carlos.
Siempre tuvo palabras para ellos, a veces duras y secas otras tantas sonriente y conversador, pero indudablemente exigente con ellos y preocupado por ellas, nunca dejó de preguntar a mi abuela por sus hijos, nunca.
Todos, los 12, tienen cosas en común que sólo pueden atribuírseles a mis abuelos; de ella: la fe, el respeto a los demás, la responsabilidad y sobre todo el nunca darse por vencidos sin importar las circunstancias; de él: la fuerza en el carácter, su preocupación por la sociedad, y el sueño de un México mejor para sus hijos, nietos y bisnietos; de ambos: el amor y el cuidado de la familia.
Abuelo. Te recuerdo platicando en la cocina de mi abuela; viendo jugar al Toluca en la televisión de la sala, haciendo corajes en las derrotas y celebrando las victorias; con tu vaso de “Brandy Don Pedro” en una mano y tu periódico en la otra, ese par de cosas que todos los hijos y nietos sabíamos que no podía faltar en la casa de la colonia Independencia.
Te recuerdo siempre de traje, con tu sombrero; con el porte elegante que mantuviste hasta tus últimos días. Te recuerdo hace dos años, manteniendo la entereza y dando ejemplo a tus hijos y nietos de cómo se debe enfrentar al dolor, a la vida y a la muerte.
Tal vez no pudiste ver la totalidad de la basta herencia que dejaste en cada uno de tus orgullosos hijos, nietos y bisnietos, en cada uno de los campesinos que defendiste o en esa mujer que cada año te mandaba tu pan de muerto en noviembre como muestra de agradecimiento por la añeja defensa de su caso, en cada uno de esos estudiantes que aún pronuncian con respeto tu nombre.
Hoy te vas para siempre, te daremos el último adiós, estarás con ella, con Lichita -como te escuchábamos decirle- gracias por todo, por ese ejemplo de vida, por esa entereza, por tu lucha diaria, por tus sonrisas, por los consejos, por los regaños, por las enseñanzas.
Don Pedro, abuelo, descansa en paz.

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J. Israel Martínez Macedo

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