"Escribir sale del alma, los otros medios son aparatos, son máquinas"

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sábado, 30 de agosto de 2008

El grito de los sin nombre: ¡Ya Basta! / Crónica

El grito de los sin nombre: ¡Ya Basta!

La capital mexiquense se vistió de blanco para sumarse al clamor nacional de justicia y paz, miles de personas caminaron por las calles del centro y demostraron su sentir al llegar a la Plaza de los Mártires de Toluca


J. Israel Martínez – Toluca

La impotencia, el dolor, el sufrimiento, la desesperanza, la angustia, el temor. Todos cobraron vida en cada una de las 5 mil personas que llegaron a la plaza que por primera vez en mucho tiempo hizo honor a su nombre, la de Los Mártires.
El 27 de junio de 2004, en Toluca, la marcha contra la inseguridad apenas alcanzó a convocar a un par de cientos de personas. Cuatro años después el número de participantes rebasó las expectativas de propios y extraños. El mismo Tláloc respetó la voz de los sin voz, de los sin rostro, de los sin nombre.
A la cita en el Monumento a la Bandera acudieron alrededor de mil 500 personas. Poco a poco, paso a paso, calle a calle, la gente se fue sumando a la demanda, a la exigencia, al grito unísono de “¡Ya Basta!”
A mitad del camino la primera expresión, la primera muestra de malestar generalizado “un minuto de silencio por los que ya no están” y la columna se unió en un mismo clamor, el de la ausencia, el del vacío, el de la añoranza.
El contingente avanzó por la calle de Hidalgo, nutriéndose a cada instante; en un crecimiento sólo equiparable al del sentimiento de rabia, de coraje, de desesperación. Sensaciones que encontraron desfogue frente a un Palacio de Gobierno que también dio muestras del poder que representa: impasible, impotente, carente de autoridad.
En cada familia una historia, un recuerdo, un ausente. Las caras de molestia y dolor contrastaban con los rostros enjutos de agentes estatales y municipales que no podían creer la contundencia de las pancartas: “Fuera policías corruptos”, “¡Ya basta! No a la corrupción” y una mano de cartón que remataba con una bofetada de tres letras: PAZ.
Al llegar a la zona centro la gente en las calles los observaba, algunos se sumaban ahí mismo, otros simplemente los veían, no daban crédito al tamaño de los asistentes, a su variedad: niños en carreolas o ancianos en sillas de ruedas, políticos que no buscaban el reflector y payasos en bata de doctor, familias de todos los niveles, de todas las clases, rubios y morenos, todos heridos por la misma bestia. Todos clamando contra la misma bestia.
Al llegar a la Plaza de los Mártires se acercaron temerosos, se aglutinaron ante ella, poco a poco avanzaron, la ocuparon, salieron los estandartes tricolores, esos que dicen ser los más bellos del mundo. Los que en el verde enarbolan la independencia, en el blanco la pureza y en el rojo la unión de las razas. Los que en el centro muestran en una sola imagen la historia del nacimiento de un pueblo.
Una vez ahí: silencio. Tres minutos. Se escucharon palabras conocidas pero olvidadas en el tiempo, en la cotidianidad. “Mexicanos al grito de guerra / el acero aprestad y el bridón / y retiemble en sus centros la tierra / al sonoro rugir del cañón”. La impotencia se transformó en rabia, en coraje, en furia, la de aquellos para los que aún tienen significado esas palabras, esas notas: los sin nombre.
Comenzaba la catarsis. Las palabras de Alejandro Martí hicieron eco: “Si no pueden, renuncien” y después un grito unísono: “¡Ya Basta!, Mé-xi-co”, “¡Ya Basta!, Mé-xi-co”, “¡Ya Basta!, Mé-xi-co”.
La adrenalina subió y la masa rebasó cualquier organización. La gente se paró frente a las puertas del monstruo de cantera. Le exigió justicia, libertad, tranquilidad y le dejó un mensaje: decenas de pancartas con nombres, con denuncias, con súplicas, con esperanza, a pesar de todo; esperanza.
Yohualtecuhtli, la diosa azteca de la noche cubrió con su manto a los sin nombre, a los sin rostro, a los que por un instante se hicieron una voz. La luz de la esperanza llegó. Las velas iluminaron el pasillo de Palacio de Gobierno y formaron una cruz en la Plaza de los Mártires. Uno a uno dejaron su ofrenda luminosa. Unos a gritos otros en silencio, cada quien a su modo exigiendo, deseando, esperando respuestas.
Al final, gota a gota, esa gran marejada blanca abandonó la plaza con la esperanza de que alguien reaccione, responda y dé la cara.

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J. Israel Martínez Macedo

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