Reformas ¿para qué? / Columna

De medios y otros demonios

Reformas ¿para qué?

J. Israel Martínez Macedo

Felicidades Peluche


En días recientes hemos escuchado hasta el cansancio “que si la reforma electoral esto”, “que si la reforma hacendaria lo otro”, “que si los medios electrónicos y sus negocios por aquí”, “que si los partidos políticos y el cuidado de los suyos por acá”, pero sólo es pura palabrería, distractores que buscan llevar la discusión por su propio camino.
En el “estira y floja” en que han caído medios y partidos se han perdido de vista los objetivos de las reformas, es decir, si la reforma electoral garantiza que con estas nuevas medidas la población recuperará credibilidad en los procesos y se incrementará el número de votantes en los comicios venideros: bienvenida sea, de lo contrario, simple y llanamente estamos siendo testigos de un nuevo mecanismo para que los partidos obtengan una mayor tajada del erario sin que nadie pueda hacer o decir nada al respecto.
De igual manera, si la reforma hacendaria garantiza que los recursos económicos que va a captar el Estado por concepto de nuevos impuestos y alzas a los precios de los combustibles, disminuirá la cada vez más creciente distancia entre ricos y pobres en México, y generará las condiciones suficientes para incrementar la tasa de empleo, no hay más que decir: que se apruebe y punto.
Pero no ocurre así, la controversial medida de aplicar mecanismos impositivos a los depósitos bancarios superiores a los 25 mil pesos fue aprobada sin chistar, mientras manteníamos nuestra encorajinada mirada en el incremento a las gasolinas. De igual forma, nadie ha cuestionado si la reforma electoral propuesta y aprobada en verdad será un garante del avance hacia eso que se ha dado llamar democracia, y que cada día que pasa se devela como un espejismo quimérico del que algún día nos hemos de cansar.
La monserga aquella de que las reformas son necesarias porque el país no logra avanzar a la velocidad que lo hace el resto del mundo, perturba la inteligencia y advierte la llegada de una nueva decepción de final de sexenio, que haría necesario la reevaluación de las medidas.
Lamentable es que los tres partidos en el Congreso de la Unión simulen un artilugio de debate, actúen un entramado de berrinches y se enfrasquen en una serie de mascaradas que sólo les interesan a ellos mismos. Para el ciudadano de a pie era más importante conseguir los implementos para los esquites, pambazos, tostadas y pozoles independentistas que saber por qué el PRD había vuelto a manifestarse en la Cámara.
Basta preguntarle a cualquier persona en la calle si conoce la reforma electoral o la hacendaria, en qué consisten, cuáles son los puntos a favor o en contra que le encuentra, cuál es su punto de vista en cuanto a la forma en la que se están conduciendo los diputados en el supuesto debate y aprobación de las reformas.
Todo deriva de un problema básico, de fundamentos. Un país que no sabe a dónde se dirige, simplemente camina con una venda en los ojos. No hay un objetivo de país que se pretenda conseguir, cada uno de los involucrados en las decisiones torales terminan jalando para donde cada uno quiere, hacia donde mejor le convenga.
Ese es el caso de las reformas en ciernes, no se observa que haya un objetivo para cada una de ellas, en el paquete de la hacendaria es difícil contemplar cuál sea el objetivo último más allá de obtener, de la forma que sea, más dinero para el Estado; mientras que la electoral pareciera ser una declaración de “la política es para los políticos”.
Lo que estamos observando es el “perfeccionamiento” de viejos esquemas que parecen garantizar que los plutócratas mexicanos se mantengan en ese estatus, mientras el resto siga preocupado por minucias como “comer o vivir de dignamente”.

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